«La vida de nadie», vivir de mentira

En España se producen muchas películas al año, la mayoría de ellas, como todos sabemos, resultan ser fracasos en taquilla, en parte porque no gozan del favor del público, en parte por una falta de talento y de ideas general. Pero de vez en cuando salen productos más que dignos que hacen que uno piense que sí hay talento, pero que está capado por una idea equivocada de lo que debe ser el cine. Este es el caso de la producción que nos ocupa, La vida de nadie, estrenada en 2002. Protagonizada por José Coronado, Adriana Ozores, Marta Etura y Roberto Álvarez, ente otros, supone un verdadero soplo de aire fresco, una cinta que realmente consigue lo que se propone: hacer que el espectador tenga el corazón en un puño, que sufra por lo que esta pasando y que tenga sentimientos encontrados con respecto al protagonista. Fue la ópera prima en largometraje para cine de Eduard Cortés, un director que, salvo un par de aventuras más, se ha centrado en productos televisivos. Y es una verdadera pena, viendo el resultado que consiguió con esta película.

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Cómo desaprovechar la historia

No hay duda alguna: España es uno de los países con más historia de Europa. Se trata de una historia riquísima que arranca con los primeros pobladores de todo el viejo continente, precisamente en la zona occidental de Andalucía. Por aquí han pasado celtas, turdetanos, iberos, griegos, romanos, cartagineses, visigodos, judíos, musulmanes, cristianos… Ha habido guerras, invasiones, centros culturales envidiados por el mundo conocido; de aquí partieron las naves que descubrieron el nuevo mundo, ha habido martirios, por aquí han pasado Julio César y Aníbal, y nacieron Séneca, Trajano o El gran Capitán. Y eso solo hablando de Historia Antigua. En una palabra: si atendemos solamente a las cosas que han pasado en la Península Ibérica en los últimos 3000 años, como mínimo, habría miles de guiones interesantes que escribir. Sin embargo, el cine español ha demostrado desde hace muchos años que se encuentra en una época absolutamente conservadora que ya va siendo hora de superar.

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«The Artist», todo un milagro

De vez en cuando se produce un milagro, algo extraordinario, no solo en el mundo del cine, sino en los demás órdenes de la vida. Si hablamos de cine, a veces un proyecto descabellado sobre el papel, con elementos extraños, o fuera de moda, o tremendamente arriesgado, triunfa y llega a lo más alto. Sin duda, estamos ante uno de estos casos. Hace solo un año, si alguien nos dice que una película francesa, muda, en blanco y negro y en formato 4:3 iba a ser la gran triunfadora de la gala de los Oscars del 2012, sin duda lo hubiéramos tomado por loco. Pero ha triunfado, y de forma merecida, además. Aunque parezca increíble, la magia del cine, aquella que nos hizo soñar cuando nos aficionamos a esto, es decir, en la infancia, ha vuelto. Y quien la haya visto sabrá perfectamente de lo que hablo.

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«Beginners»: todo puede cambiar

Hace unos años, prácticamente desde el éxito moderado que tuvo Pequeña miss Sunshine, el cine independiente americano ha adquirido una reputación bastante buena, espoleada sobre todo por las películas de Jason Reitman (Juno, 2007; Up in the air, 2009), o por muy buenos filmes como 500 días juntos (500 days of summer, 2009). Tanta fama ha adquirido esta forma de hacer cine, que ya no resulta minoritario utilizar cámara al hombro, incluir números musicales en mitad del metraje, o desordenar los sucesos cronológicos. De hecho, actores de bastante nombre han renunciado a sus cuantiosos sueldos para unirse a varias de estas películas, como es el caso de George Clooney en Up in the air. En el caso que nos ocupa, Beginners (Principiantes) ha llegado a la ceremonia de los Óscars, en la que ha triunfado llevándose el premio al mejor actor de reparto, Cristopher Plummer.

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Canciones que debieron ganar el Óscar: «Go the distance», de «Hercules».

1997 fue el año de Titanic. La superproducción de James Cameron se lo llevó todo, la vio todo el mundo, y se despertó una gran euforia a su alrededor. Hoy en día, casi quince años después, el tiempo ha puesto en su lugar a esta película, a la que se la considera buena, pero sin pasarse. De hecho, dos de las películas con las que luchó en aquella edición se las considera mejores que la titánica producción: L.A. Confidential Mejor…imposibleTitanic se llevó once Oscars, una cifra que solo había igualado Ben-Hur en 1959, pero alguno de esos premios pudieron haberlo ganado otras películas de forma clara, como el de mejor canción. ¿Por qué esa cantidad de Óscars? Puede que la explicación esté en que al año anterior la gran triunfadora fue El paciente inglés, una producción inglesa independiente que le comió la tostada a los representantes made in Hollywood, de forma que, al año siguiente, la Academia decidió vengarse premiando Titanic de forma exagerada. O puede que aquella cameronada sea simplemente un producto de época que enganchó a su generación.

El caso es que una de las claves del éxito de aquella película fue su canción, My heart will go on, que sonó en todas partes hasta la saciedad. Una canción en mi opinión simplona, sentimentaloide, e interpretada por una chillona Celine Dion. Seguramente es porque le cogí manía en su día, pero no considero que esta canción sea merecedora de un Óscar. Más bien lo ganó por una tremenda campaña de márketing, parecía que si no lo ganaba, habría manifestaciones por las calles y las turbas quemarían escaparates en todas las ciudades. Y lo ganó.

Pero aquel año Disney presentó su candidata, una canción de gran calidad, con una letra de alto nivel, que toca el corazón sin ser sentimentaloide, compuesta por el gran Alan Menken con letra de David Zippel. Y estaba interpretada de forma magistral por Michael Bolton. Paradójicamente, una de las mejores canciones que han salido de esa factoría no ganó el premio de la Academia, víctima del huracán Titanic.  Pero ya se sabe que las modas pueden cometer injusticias.