¿Cómo nace una pasión?

 

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Es complicado establecer el comienzo de una pasión. Supongo que uno está predispuesto desde pequeño a que algo te guste mucho ya desde los padres. En mi caso, en mi casa eran cinéfilos. Mis padres compraron un reproductor VHS cuando nadie (literalmente) tenía uno, cuando no había ni videoclubs, solo por poder grabar películas de la tele.  ¿Fue ese el comienzo? Quizás no.

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Cuando yo tenía poco más de cinco años, mi vida cambió por completo. Mis padres me llevaron, a mí y a mi hermana, a un extraño sitio, donde había mucha gente, y muchos asientos. Había un fuerte olor a algo que me daba hambre, y que años después identifiqué como palomitas de maíz. Enfrente, un gran espacio blanco que ocupaba una pared entera. Era el cine Callao, de Madrid. La película, Greystoke, la leyenda de Tarzán, rey de los monos (Hugh Hudson, 1984). Me impresionó profundamente. Aún hoy, casi cuarenta años después, me sigue recorriendo un escalofrío cuando veo alguna escena. 

Luego llegó la tele, el videoclub, la curiosidad por los directores, por los actores. Las preguntas sobre tal o cual escena o efecto visual. También me tocó una época, los años ochenta, en la que todo el mundo era cinéfilo. Esto era tan así, que los sábados por la mañana, en la segunda cadena de la tele, ponían ciclos de cine mudo: Charles Chaplin era mi favorito de largo, y tenía cintas grabadas con sus cortos: el veneno ya estaba dentro. 

No voy a reproducir el nombre de todas las películas que vi entonces, es fácil suponer cuáles fueron vista la época y mi edad por aquel entonces. Sí diré que el cine ha alimentado mis sueños, me ha hecho viajar con la mente, olvidarme de todo por dos horas, y llevarme a mundos extraordinarios. Y aprender de la vida. Por eso vuelvo a este blog. Y que sea por muchos años.  

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